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Su vitalidad, de hecho, es asombrosa. “Es un hombre impulsivo”, decía el cardenal Juan Francisco Fresno. Cuando habla de la clínica, su gran obra, los or2t6q se le encienden: en 26 años se ha acogido a más de 4 mil personas afectadas por el VIH, el cáncer y otras enfermedades incurables. Y de ellos, 2.800 han fallecido... “rodeados de amor, acompañados por sus familiares, en paz con Dios y con ellos mismos”, cuenta el padre Santi. En el recinto incluso se hace un trabajo con las familias de los pacientes difuntos, enseñándoles a vivir el duelo. Proveniente de Barga (Toscana), el padre Santi llegó a nuestro país en 1946. Casi inmediatamente fue destinado a la diócesis de Rancagua, donde estuvo durante un año. De regreso a Santiago, fue párroco en algunas poblaciones. Desde 1986, a través de «Cáritas Chile», comenzó a asistir y relacionarse con infectados de sida. “Eran otros tiempos, cuando existía mucho desconocimiento y temor respecto a la enfermedad”, dice él, recordando que debió enfrentar el prejuicio social que marginaba casi por completo a este tipo de enfermos. En 1997 logró concretar el sueño de la Clínica Familia, especializada en cuidados paliativos, gratuita, atendida en un 98% por voluntarios. Por estos días, el sacerdote ha recibido la visita de su superior en la Orden de la Madre de Dios, rector general, padre Francesco Petrillo, con quien recorre las instalaciones e im-parte la bendición a los enfermos. Lo secunda Juan Pablo Zúñiga, su fiel secretario y asistente —“mi bastón”, dice él— y María Margarita Reyes, la directora de la clínica. Al padre Santi no le gusta hablar de platas. “No me quejo nunca”, responde, cuando le preguntamos por el financiamiento del lugar. De todos modos —¿es necesario consignarlo?— siempre les vienen bien las donaciones. La colecta de este año (el 13 de noviembre) será promocionada con más fuerza que en ocasiones anteriores. Quieren darle mayor difusión al servicio que prestan... y poder crecer, consiguiendo más voluntarios. Durante la visita a las habitaciones —todas amplias, limpias y bien iluminadas—, el padre se da tiempo para rezar a los pies de cada una de las camas. A los enfermos les besa las manos y les da la bendición. Su sola presencia, cuenta una enfermera, “les alivia el dolor”. Su rutina diaria comienza temprano, a las 7:30 de la mañana. Celebra misa y trabaja en su oficina, a pocos metros de una capilla en la que ya está el espacio para la que será su propia tumba, que él mismo diseñó para cuando fallezca. “Su deseo es permanecer aquí, cerca de los enfermos”, cuenta una de sus colaboradoras, antes de que el padre Santi se retire a su habitación, a descansar, cuando el día ya termina. (Miguel Ortiz A. Diario La segunda viernes 20 de Abril de 2012, 12)